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¡El arte es la expresión de alma que desea ser escuchada! Con esa frase podríamos aperturar un tema lleno de polémicas y controversias, pero sobre todo de dudas e incertidumbres. Muchos jóvenes en sus hogares albergan la ilusión de querer convertirse en bailarines, cantantes, actores o modelos.
Cuando un hijo le confiesa a su padre su fascinación por las artes, automáticamente ellos visualizan a Gloria Trevi cantando; “Y me solté el cabello, me vestí de reina, me puse tacones, me pinte y era bella, camine hacia la puerta te escuche gritarme pero tus cadenas ya no pueden pararme… y mire la noche y ya no era oscura, era de lentejuelas…”.
Pero la realidad es otra, los soñadores miran y admiran a los artistas que se presentan en sus pantallas, y ya están cansados de estar sentados – según ellos – del lado equivocado. “Quiero ser yo el que este allí” se repiten una y otra vez mientras intentan trabajar por lograrlo. Lo primero con lo que deben lidiar, es con sus progenitores quienes en muchos casos están convencidos que “todos esos son maricos y putas”.
Si bien es cierto que es una profesión donde se puede ver cualquier cosa (literalmente), eso no es motivo para generalizar. La sensibilidad y humanidad de un artista no tiene precio. Sus ganas por ser escuchados no tienen límites. Su pasión y entrega por el oficio es infinita. Es un transitar lleno de espinas y flores en el que muchos pueden convertirse en victimas de sus propias ganas por lograrlo. La preferencia sexual no está ligada a un oficio o profesión. ¿Acaso no existen médicos, abogados o maestros homosexuales?.
Los padres tienen la labor más importante de todas, deben convertirse en sus fan y detractores numero uno. Deben guiarlos y orientarlos por el mejor camino, y no pretender juzgarlos como si estuvieran inventando un nuevo pecado capital. El aplauso de un público es el mayor premio que un verdadero artista puede recibir y nadie tiene el derecho de negarles que se escuche su voz.
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